Existía una familia con dos hijos; pero la madre no los quería porque se daban cuenta de lo que ella hacía con otros hombres. Hacía lo que se le venía en gana, pues su esposo no estaba con ella durante el día, ya que tenía que cazar animales.
Al regresar de la cacería la señora le daba malos informes de sus hijos diciéndole que durante el día no la obedecían en lo que les mandaba. El esposo regañaba a sus hijos.
Un día, al anochecer, la señora le propuso que al día siguiente los llevara a perder a la montaña; que ella les prepararía un poco de alimento. El señor estuvo de acuerdo, pues desconocía el plan de la esposa; pero los niños, que estaban atentos a lo que platicaban sus padres, alistaron, al amanecer, una bolsa de ceniza, mientras la madre les preparaba su lonche. Cuando la madre tuvo todo listo, el padre salió de cacería con sus hijos.
Al llegar a la montaña, el padre dijo a sus hijos que se quedaran en medio de la montaña mientras iba en busca de rastros de venados. Los niños, desde que salieron de su casa, empezaron a regar la ceniza que llevaban, hasta llegar a la montaña. Cuando el padre calculó que los niños se habían perdido ya, regresó a su casa.
Al caer la noche, los padres comentaban que jamás volverían a ver a sus hijos. Pero, al poco rato de terminada la plática, los niños llegaron a su casa, diciendo:
Ya llegamos, mamá.
Los padres no cabían en sí de sorpresa y, al día siguiente, prepararon nuevamente el lonche para llevarlos, una vez más, a la montaña. Los niños alistaron otra vez su bolsa de ceniza; pero como los llevaron más lejos, la ceniza no les rindió.
Por fin, los niños se perdieron. Al caer la noche, subieron a un árbol llamado "higuera" para no ser devorados por los animales. Al amanecer, descendieron del árbol y siguieron caminando. En el camino se encontraron con el señor San Jorge, quien preguntó a los niños qué buscaban. Le contaron lo sucedido. La niña comentó:
Somos huérfanos porque mi padre nos perdió y ahora no tenemos qué comer ni sabemos dónde estamos.
El señor les aconsejó:
Váyanse por este camino, pero sin tocar ninguna fruta.
Les dijo, también, que fueran donde se encuentra el dios sol.
Los niños obedecieron. Al amanecer llegaron al lugar señalado, sin tocar ninguna fruta. A los niños les dieron un cargo: que la niña se convirtiera en luna y, su hermanito, en la estrella mas grande que existe: el lucero de la mañana.
Fuente: CONACULTA/DGCP. 2000. Cuentos totonacos. Antología. Colec. Letras indígenas contemporáneas, pp. 27-28.
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